Sólo un gol de Cristiano a dos minutos del final tumbó a Osasuna. Exhibición de casta de un equipo que se vio dos veces por detrás en el marcador.
también gana el Madrid, en el minuto 88, sobre la cuerda floja y con los cocodrilos batiendo mandíbulas. De hecho, de un tiempo a esta parte, es su modo favorito de conseguir victorias. Al límite, con la muerte en los talones. Ignoro si es una manera saludable de vivir (por el corazón, digo), pero con ese mismo estilo ganó la Liga el equipo que entonces era de Capello sin que se dispararan las insuficiencias coronarias, que se sepa. Sobre el efecto en los corazones blaugranas no hay datos, pero los imagino devastadores. Si brusco es el salto del fracaso al éxito, mucho peor resulta el viaje contrario. Sospecho que el desenlace de aquella Liga capelliana se explica desde ese balancín psicológico y la actual lleva un camino similar. Contra el arte de jugar, el arte de creer.
Como siempre, el estallido final tiene el poder de borrar todo lo anterior. Ya sabemos que los triunfos sirven para cuadrar los círculos y engrosar las estadísticas. Sin preguntas. Sin embargo, el susto existió y descubre un problema de juego que creímos superado después de dos buenos partidos. Pues no. El Madrid volvió a quedar en manos de los genios y, además, mostró una debilidad defensiva desconocida. No creo que tal cosa afecte a estas alturas al ánimo de la plantilla, pero sí podría perjudicar al entrenador, que había ganado fortaleza ante el fantasma de Mourinho.
Dicho esto, Osasuna merece un monumento. Hizo por jugar y se coló por la rendija que deja todo gran rival. Y no sólo se adelantó en dos ocasiones, sino que dispuso de lo que pareció la bala definitiva. Sucedió a menos de 20 minutos para el final (2-2), cuando Vadocz y Masoud se presentaron solos ante Casillas. Llegado el momento de confirmar su superioridad, el húngaro regaló el gol al iraní, que se comportó como si lo más lógico fuera para él totalmente inesperado. El caso es que Masoud reaccionó tarde y chutó peor (fuera), entrando por derecho propio en el museo de los errores (horrores) inexplicables, sección Cardeñosa.
Impulso.
El Madrid debió entender aquello como una señal y Osasuna también. Porque uno conquistó los metros que cedió el otro. Sin Aranda sobre el campo (sustituido tras una brega colosal: gol y asistencia), el visitante perdió su referencia en ataque y sólo le quedó defenderse ordenadamente. Su problema, entonces, fue el reloj: faltaban todavía 15 minutos.
El Madrid metió otra marcha y se concentró en sus puntos más fuertes: ayer, Marcelo y Cristiano. Sus incursiones fueron la solución más oportuna para un equipo sostenido por el mejor Gago de la temporada. En ese triángulo estaba el partido, había pruebas. Cristiano había marcado el primero por pura determinación (y talento) y Marcelo el segundo por pura anarquía (cabeceó en los terrenos del nueve).
El tercero llegó, simplemente, porque era inevitable. Higuaín, en su única y más brillante aportación, centró desde la banda y Cristiano cabeceó junto al segundo palo y casi sobre la línea de gol. La jugada hubiera sido sorprendente si el Madrid no coleccionara goles similares. De manera que más que celebrar el gol inesperado, el madridismo festejó que se confirmara su certeza. En Liga, y especialmente en el Bernabéu, este equipo siempre sale bien parado.
El resto fueron nombres propios. Si contabilizaran los triunfos morales, Camacho estaría clasificado para la Champions de las buenas intenciones. Para Masoud y Albiol (asistente involuntario de Aranda) sólo queda eliminar la fecha del calendario. También Kaká podría borrar lo anterior y empezar desde ayer, buen partido.
Quien todavía piense que el fútbol se juega con los pies que se pase por el Bernabéu. Para entender el mensaje le bastarán cinco minutos, del 85 al 90
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